Tuesday, May 17, 2005

Here are the two columns I wrote in Spanish for Libertad Digital that they posted last week. Thanks very much to Fernando for the editing.

Jerga socióloga

A partir de la década de 1840 millones de irlandeses se vieron forzados a emigrar a Estados Unidos a causa de la pobreza y el hambre. Los habitantes de Irlanda vivían bajo el férreo mando inglés, que les tenía sojuzgados y sin oportunidades. No podían tener tierras, no podían estudiar, no podían practicar su religión, no disfrutaban, en suma, de ninguno de los derechos humanos básicos. Esto contribuyó a lo que llaman los sociólogos "la cultura de las expectativas disminuidas." La idea de que no había futuro llegó a ser una de las bases de la cultura de Irlanda.

Es decir, que en Irlanda la gente no tenía expectativas para el futuro. ¿Para qué trabajar duro, para qué hacer planes, para qué tener esperanza? No les iba a servir para nada. No había posibilidades de mejorar su situación. Por esa razón los irlandeses no solían trabajar mucho, ni esforzarse en nada, simplemente porque no se beneficiarían de ello. Esto es fácil de entender; de haber sido irlandés en aquella época, tampoco me habría esforzado yo.

El problema empezó cuando emigraron a Estados Unidos. Aunque, naturalmente, América no era el paraíso, había oportunidades de verdad allí, había trabajo, había escuelas, existían los derechos básicos. Pero los irlandeses no se aprovecharon de estas posibilidades porque en su país natal habían aprendido que el esfuerzo era inútil. Al contrario, ganaron fama en Norteamérica por perezosos, borrachos, incompetentes, sucios, y gente de poco fiar. Y merecidamente.

Les costó dos generaciones a los irlandeses en EEUU superar su cultura de las expectativas disminuidas. Con el tiempo, aprendieron que había oportunidades que podían explotar. Pero les llevó más de cincuenta años.

En España existe un síndrome semejante. No es una cultura de bajas expectativas económicas, es una cultura de bajas expectativas políticas. Durante doscientos años antes de 1975, los españoles aprendieron que el sistema político era corrupto, dictatorial, incompetente, injusto, arbitrario, y a veces asesino.

Después de 1975, en cambio, hemos tenido un sistema gubernamental básicamente decente. Se han cometido errores, claro que sí, pero ahora tenemos una democracia con las garantías propias de un estado de derecho. De uno de los países peor gobernados del mundo, España se ha convertido en uno de los países mejor regidos por sus políticos.

Lo que pasa es que los españoles no lo reconocen. Siguen pensando que la política tiene que ser corrupta y que los políticos son a lo mejor incompetentes y a lo peor asesinos en masa. Esto es la causa del pasotismo español; parte de la cultura de España es el desdén hacia la política.
A los irlandeses les llevó cincuenta años aprender que su cultura de las expectativas disminuidas no funcionaba en su nuevo hogar ultramarino. Los españoles han pasado ya treinta años en democracia. Espero que no se tomen muchos años más en aprender que su cultura política no funciona en esta nueva era.



Emociones no justificadas

Robert D. Kaplan, el ilustre periodista norteamericano, autor de varios libros y ganador de otros tantos premios, escribió en su libro "Los fantasmas de los Balcanes" allá por 1993: "Ahora que el comunismo ha caído y los soviéticos han sido expulsados, hay muchas emociones a rienda suelta en los Balcanes que han perdido su uso legítimo." Kaplan hablaba de los nacionalismos balcánicos, tanto viejos como nuevos, que aparecieron casi inmediatamente después del fin del imperio ruso y que causaron tanta muerte y destrucción.

La situación en España es semejante. España sufría muchos años de mal gobierno, especialmente entre el fin del siglo XVIII y 1975, y muchos españoles lo pasaron bastante mal durante aquella época. Así las cosas, no debe sorprender a nadie que se produjesen movimientos contra el poder establecido, ya que no dirigía bien el país. Los carlistas, los nacionales, los anarquistas, los falangistas, y todos los demás tenían como meta arreglar España; por supuesto, las soluciones milagrosas de cada grupo fueron equivocadas, pero había una justificación para buscarlas.

Lo que ocurrió en Cataluña durante los primeros tres cuartos del siglo XX, al igual de lo que ocurrió en el resto de España causó resentimiento. La diferencia entre Cataluña y el resto de España es que muchos catalanes canalizaron su disgusto con el status quo en el nacionalismo. Llegó a existir un importante movimiento popular allí cuyo apoyo al nacionalismo catalanista se convirtió en una cosa mucho más emocional que racional.

Pero a partir de 1975 España comenzó por primera vez a ser un país gobernado por los representantes de los electores bajo el estado de derecho. Los españoles ganaron los derechos de expresión, de confesión, de asamblea, de un juicio justo, y de hablar en el idioma que les daba la gana.

El nacionalismo catalanista se encontró en seguida sin argumentos racionales. Los catalanes ahora tienen su propio gobierno, su propia salud pública, su propia enseñanza, sus propios impuestos, su propia policía, sus propios juzgados, y ad infinitum. ¿Qué más pueden querer? Nada, pero el nacionalismo siempre buscará un agravio. Aunque hoy en día en España vivimos mejor que nunca antes en la historia, su irracionalidad les llevará a quejarse de todo como siempre han hecho. El problema es que sus quejas ya no son justificadas, y espero que sepamos combatirlas antes de que nos lleven a los Balcanes de Kaplan.

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